10.10.12

Leche hervida

No me gusta la leche, ni su sabor ni menos el olor y por nada del mundo ese vaho que desprende cuando está caliente e impregna la casa. Sobre gustos no hay nada escrito, pero no la puedo soportar. No pretendo en este escrito ponerme a analizar sobre los orígenes del hecho, sino plantear como bien me puedo comportar como lo que detesto. Solo quería aclarar que a veces la puedo pasar muy disfrazada (quizá mezclada en algún licuado o eventualmente en un submarino, pero en muy pocas ocasiones)

Lo que me tiene preocupada es todas las veces en las que salto como leche hervida. 
En esos casos las situaciones pueden plantearse de dos maneras:

1)      Ya arranco el día mal predispuesta. Eso lleva a que con cualquier cosita que no decodifico bien me haga salta como leche hervida.

2)      Estoy relativamente tranquila (porque es "relativo", sino no saltaría) y de pronto se me cruza algo (tema, persona, situación) y salto como leche hervida.

En ambos casos me transformo en ese líquido blancuzco que todo lo salpica con una capa arriba densa y pegajosa.

En el caso 1 ya me detecto inquieta y casi predispuesta a que algo me saque de eje, porque conozco mis movimientos hormonales, y los temas que fácilmente me alteran. En ese caso casi me entrego a mi propio destino y ruego porque mañana sea un mejor día. Por suerte no son todos los días en los que arranco así.

En el caso 2 siento un onda un poco más violenta. Porque de estar calma algo tiene el enorme de poder de sacarme de mi eje ¡y yo la vulnerabilidad de caer en sus redes! Y no es ese algo, ¡soy yo! Ese algo tiene la función de aumentar el fuego para que la leche hierva y yo la deje ahí, subiendo, haciendo espuma, derramándose por el jarro… ensuciando todo lo que hay alrededor.


 Cuando la leche hierve es más difícil limpiar que cuando no. Uno lastima y se lastima.

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