4.4.12
Bocanadas al aire
Hace unas semanas terminé las prácticas de Puericultura como parte de mi formación en una obra social de Capital Federal.
Anduve absolutamente fascinada entre leche, cachorros recién nacidos, oxitocina dando vuelta, intentando que todo vestigio de institución y medicalización de los nacimientos no me toque.
La fascinación la mantengo, lo último, claro que por más empeño que le ponga, no me sale tan bien.
Estambamos en la oficina de Neonatología; entra y sale gente, hay cunitas de acrílico, computadora, luces, carpetas, fichas, aires de trabajo. La nombro oficina pero también “el limbo de los recién nacidos”, un lugar donde no se sabe bien porque están pero no representa un lugar verdadero para ellos sino un estacionamiento hasta el siguiente momento tan esperado: volver a mamá.
Uno de esos días terminamos la recorrida después de prender bebés, mirar díadas, reconocer tiempos en los que esa mamá está y ofrecerles todo el apoyo posible en relación a ese momento de reconocimiento extrauterino con su hij@. También trabajar sobre el como ofrecerle la teta de la mejor forma posible, sostenerlo, maternarlo. Volvimos al limbo de los bebés a poner las fichas de las pacientes en las carpetas. Había varias personas del lugar hablando entre ellas, unas tres en total, más nosotras. De pronto me doy vuelta y veo una cunita con relieve, por lo cual deduzco que hay un bebé adentro. Allá estaba ella, con apenas una hora de nacida, tapadita hasta la cabeza, como si fuera un paquetito. Sola en esa cuna gigante, dando bocanadas al aire, buscando la teta de su imaginación, esperando el calor que tenía hace solo un rato, la voz conocida, el olor al nido. Pero nada de eso pasa aun, y ella sigue abriendo su pequeña boca, en la búsqueda. Y nadie se da cuenta de ella porque todos hablan como si no estuviera ese pequeño ser que acaba de incorporarse al mundo exterior. Y como todas las cosas importantes, verdaderamente sagradas, las ignoramos, ella se mantiene esperando que le toque el turno de volver de donde viene. Pero no puede hacer más nada, solo esperar y practicar bocanadas al aire para pasar ese (eterno) momento hasta llegar a la teta-mamá-casa.
Si desde la institución se acortaran (mejor dicho no existieran) esos períodos inciertos, para ellos que no conocen nada del tiempo y no comprenden que esa espera va a terminar (me imagino que nacen y creen que lo que sigue es eso, estar en un lugar abierto, ruidoso, donde “no son de nadie”) y se pudieran capitalizar esos maravillosos primeros momentos de vida en lugar de ir al limbo y cada bebé estuviera calentito en los brazos de los que conocen más que a nadie y a quienes les pertenecen (y si la madre no está en condiciones inmediatas siempre hay alguien: el papá, un familiar, amigo, que puede sostenerlo y recibirlo) estoy segura que la impronta de la llegada al mundo sería más amorosa.
Estar en el limbo de los bebés sin poder hacer nada genera impotencia y angustia. Ellos son la urgencia y no tienen porque esperar a la burocracia de un sistema que alarga el camino hacia el lugar donde tienen que estar por derecho, que es en los brazos de quienes los esperan.
Al día siguiente pasamos por una habitación y la encontré prendida de su mamá, ¡por fin! dando bocanadas efectivas en aquel lugar donde debía estar desde el comienzo de su llegada al mundo.
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